Litoral | La recuperación del patrimonio no solo preserva el pasado, sino que puede proyectar futuro
Las Bodegas Robinson son un legado vitivinícola que renace como espacio para eventos en Concordia
En las afueras de Concordia, Entre Ríos, en medio de una zona de antiguas quintas citrícolas, se alza un complejo que guarda los ecos de un pasado vitivinícola brillante y una historia de resiliencia única. Se trata de las Bodegas Robinson.
02.05.2025 10:14 | HSM Realizaciones |
Las Bodegas Robinson fueron fundadas a fines del siglo XIX por dos hermanos ingleses, que llegaron a ser una de las más grandes del litoral argentino. Hoy, gracias al esfuerzo ininterrumpido de una familia local, la bodega fue restaurada y reimaginada como un espacio de eventos, cultura y memoria.
De viñedos al abandono
La historia comienza en 1888, cuando los hermanos Robinson adquirieron unas 800 hectáreas en el norte de Concordia, de las cuales 160 se destinaron a viñedos. Para 1890 iniciaron la construcción de una monumental bodega con capacidad de almacenaje de entre uno y dos millones de litros de vino. Emplearon tecnología innovadora para la época: motores estacionarios a combustión que bombeaban líquidos mediante mangueras, en ausencia de electricidad.
Las uvas eran recolectadas a mano por mujeres y niñas, transportadas en canastos de mimbre, pesadas y luego procesadas en piletones de más de un metro de profundidad. La operación incluía áreas de fermentación, embotellado, destilería y tonelería. Concordia, hacia 1920, era el mayor productor vitivinícola de Entre Ríos, y la provincia ocupaba el quinto lugar nacional.
Pero la crisis de 1930 y las políticas de centralización vitícola impulsadas por la Junta Nacional del Vino —que favorecieron a Cuyo— llevaron a la prohibición de la actividad en Entre Ríos. Muchos productores sufrieron saqueos, quema de viñedos y abandono. Las Bodegas Robinson cerraron hacia 1955.
El deterioro y una compra inesperada
Durante los años 60 y 70, el predio fue vendido, saqueado y utilizado como cantera y depósito por la empresa constructora de la represa de Salto Grande. Se destruyeron piletones, techos y equipos. Tras la quiebra de la empresa, el inmueble quedó en manos del Banco Nación, en estado de ruina.
Fue entonces cuando Emilio, vecino de Concordia, comenzó su cruzada por salvar el edificio. Fascinado con su historia, intentó durante años comprarla, acopiando materiales ferroviarios de remate para una futura restauración. Finalmente, en 1999, la adquirió en subasta pública, casi por azar: nadie más ofertó. “Era un lugar en ruinas, sin electricidad, en medio de la nada”, recuerdan hoy sus hijos.

Restauración a pulso y sin rumbo claro
Durante casi dos décadas, Emilio trabajó sin un destino concreto. Cada lámpara, cada piso y cada estructura fue reconstruida por él con materiales reciclados y paciencia infinita. Sus hijos destacan que “tenía todo en su cabeza, sabía qué fierro servía para cada parte. Sin él, esto no se habría hecho nunca”.
Recién en 2011, un vínculo con un empresario del sector hotelero le sugirió transformar la bodega en salón de eventos. Pero no fue hasta 2018, cuando la cervecera Santa Fe propuso hacer allí el lanzamiento de un nuevo producto, que el lugar tuvo su gran bautismo. En solo mes y medio, Emilio construyó los primeros baños, acondicionó salones y organizó una fiesta gratuita para más de 2.000 personas. “Ese evento lo cambió todo”, afirman. Desde entonces, comenzaron a restaurarse más sectores, se ampliaron los servicios y se definió el modelo de negocio.

Espacios con nombre de cepas
Actualmente, el predio cuenta con cinco salones principales, cada uno bautizado con nombres de cepas emblemáticas, en homenaje al legado vitivinícola:

Trabajo familiar, sin ayuda pública
El emprendimiento es completamente privado. “No tuvimos subsidios. Solo la promoción turística institucional nos ha acompañado”, explican. Durante la pandemia, sin eventos, aprovecharon el tiempo para avanzar en restauraciones con ahorros propios. En 2021 reanudaron la actividad con más fuerza que nunca. Hoy, los eventos permiten financiar nuevas mejoras, y tanto Emilio como sus hijos siguen trabajando a diario en el predio.

Un símbolo de memoria y futuro
Las Bodegas Robinson son mucho más que un espacio de eventos. Son el testimonio viviente del esplendor y la decadencia de la vitivinicultura entrerriana, y de la pasión de una familia que, contra toda lógica económica, eligió rescatar una ruina para transformarla en un polo de cultura y turismo.
Cada visita suma una nueva historia: un trabajador que recuerda haber comprado techos del lugar en remate, una hija de herrero que contaba cómo su padre violaba las clausuras en los años 40, vecinos que descubren por primera vez el patrimonio escondido en su ciudad.
Desde el olvido absoluto hasta convertirse en uno de los espacios más singulares de Concordia, las Bodegas Robinson demuestran que la recuperación del patrimonio no solo preserva el pasado, sino que puede proyectar futuro.
De viñedos al abandono
La historia comienza en 1888, cuando los hermanos Robinson adquirieron unas 800 hectáreas en el norte de Concordia, de las cuales 160 se destinaron a viñedos. Para 1890 iniciaron la construcción de una monumental bodega con capacidad de almacenaje de entre uno y dos millones de litros de vino. Emplearon tecnología innovadora para la época: motores estacionarios a combustión que bombeaban líquidos mediante mangueras, en ausencia de electricidad.
Las uvas eran recolectadas a mano por mujeres y niñas, transportadas en canastos de mimbre, pesadas y luego procesadas en piletones de más de un metro de profundidad. La operación incluía áreas de fermentación, embotellado, destilería y tonelería. Concordia, hacia 1920, era el mayor productor vitivinícola de Entre Ríos, y la provincia ocupaba el quinto lugar nacional.
Pero la crisis de 1930 y las políticas de centralización vitícola impulsadas por la Junta Nacional del Vino —que favorecieron a Cuyo— llevaron a la prohibición de la actividad en Entre Ríos. Muchos productores sufrieron saqueos, quema de viñedos y abandono. Las Bodegas Robinson cerraron hacia 1955.
El deterioro y una compra inesperada
Durante los años 60 y 70, el predio fue vendido, saqueado y utilizado como cantera y depósito por la empresa constructora de la represa de Salto Grande. Se destruyeron piletones, techos y equipos. Tras la quiebra de la empresa, el inmueble quedó en manos del Banco Nación, en estado de ruina.
Fue entonces cuando Emilio, vecino de Concordia, comenzó su cruzada por salvar el edificio. Fascinado con su historia, intentó durante años comprarla, acopiando materiales ferroviarios de remate para una futura restauración. Finalmente, en 1999, la adquirió en subasta pública, casi por azar: nadie más ofertó. “Era un lugar en ruinas, sin electricidad, en medio de la nada”, recuerdan hoy sus hijos.

Restauración a pulso y sin rumbo claro
Durante casi dos décadas, Emilio trabajó sin un destino concreto. Cada lámpara, cada piso y cada estructura fue reconstruida por él con materiales reciclados y paciencia infinita. Sus hijos destacan que “tenía todo en su cabeza, sabía qué fierro servía para cada parte. Sin él, esto no se habría hecho nunca”.
Recién en 2011, un vínculo con un empresario del sector hotelero le sugirió transformar la bodega en salón de eventos. Pero no fue hasta 2018, cuando la cervecera Santa Fe propuso hacer allí el lanzamiento de un nuevo producto, que el lugar tuvo su gran bautismo. En solo mes y medio, Emilio construyó los primeros baños, acondicionó salones y organizó una fiesta gratuita para más de 2.000 personas. “Ese evento lo cambió todo”, afirman. Desde entonces, comenzaron a restaurarse más sectores, se ampliaron los servicios y se definió el modelo de negocio.

Espacios con nombre de cepas
Actualmente, el predio cuenta con cinco salones principales, cada uno bautizado con nombres de cepas emblemáticas, en homenaje al legado vitivinícola:
- Malbec: el más grande, con capacidad para 450 personas sentadas.
- Lorda: el más icónico, ubicado entre los toneles originales.
- Barsac: salón mediano para 150 personas.
- Tannat: ubicado en la antigua destilería.
- Petit Verdot: salón íntimo, actualmente en desarrollo.

Trabajo familiar, sin ayuda pública
El emprendimiento es completamente privado. “No tuvimos subsidios. Solo la promoción turística institucional nos ha acompañado”, explican. Durante la pandemia, sin eventos, aprovecharon el tiempo para avanzar en restauraciones con ahorros propios. En 2021 reanudaron la actividad con más fuerza que nunca. Hoy, los eventos permiten financiar nuevas mejoras, y tanto Emilio como sus hijos siguen trabajando a diario en el predio.

Un símbolo de memoria y futuro
Las Bodegas Robinson son mucho más que un espacio de eventos. Son el testimonio viviente del esplendor y la decadencia de la vitivinicultura entrerriana, y de la pasión de una familia que, contra toda lógica económica, eligió rescatar una ruina para transformarla en un polo de cultura y turismo.
Cada visita suma una nueva historia: un trabajador que recuerda haber comprado techos del lugar en remate, una hija de herrero que contaba cómo su padre violaba las clausuras en los años 40, vecinos que descubren por primera vez el patrimonio escondido en su ciudad.
Desde el olvido absoluto hasta convertirse en uno de los espacios más singulares de Concordia, las Bodegas Robinson demuestran que la recuperación del patrimonio no solo preserva el pasado, sino que puede proyectar futuro.